Como antes se mencionó, los NNA del norte de Centroamérica viven dentro de contextos de pobreza y estigma que precarizan su acceso a servicios y bienes que influyen en su desarrollo físico y mental. El vivir en un lugar que no tiene acceso a agua potable, a luz eléctrica, drenaje, alimentos de calidad, entre otros, conlleva la aparición de enfermedades. Sin embargo, esta vez nos centraremos en la negación del acceso a la salud de estos NNA cuando se encuentran en contexto de movilidad humana, más específico, cuando se encuentran retenidos en las “estaciones” migratorias. De 2018 en adelante la violencia, en Estados Unidos, hacia la niñez migrante escaló. Jakelin Caal Maquin de 7 años, Felipe Gómez Alonzo de 8, Juan de León de 16, Wilmer Josué Ramírez de 2 y Carlos Gregorio Hernández de 16 murieron por infecciones, neumonía o gripes que no le fueron atendidas, debido al nulo o escaso acceso a servicios de salud estando detenidos por autoridades migratorias. Ninguno de estos niños debió morir, ninguno de estos niños debió de estar encerrado, ninguno de estos niños debió de recibir esa violencia estructural que mata poco a poco.
Todos los NNA eran originarios de Guatemala, y además, pertenecían a pueblos indígenas como los achií, ch’orti’, k’iche’ y mam, por lo que la precarización de su situación no solo se debía por el estigma de ser migrante irregular y centroamericano, sino el de ser indígena.
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